Desde que puedo recordar, siempre he tenido una visión muy iconográfica de la vida. Imaginaros; si me tropiezo con una vecina verborreica que me taladra el cerebro con historias ajenas que nada me importan, sin poderlo evitar, la veo como un loro parlanchín, con pico y plumas incluidas y de mis orejas salen dos chorros de vapor a presión a ritmo de
pi-piiiiii.
Si tengo el día
flowerpower, escucho el canon de fondo y hasta las plantas de plástico del hall de la clínica, florecen de repente.
Si, soy así de absurda. Pero hoy creo que toqué fondo y toda la culpa la tiene San Pedro (o Matías Prats, que esta mañana me aseguró que llovería). No se en vuestra ciudad, pero en la mía, la lluvia es un un drama. Los coches proliferan como champiñones y el panorama gris y crispado invita a abstraerse de todo. A mi eso me cuesta bien poco.
En medio de tremendo atasco me vino a la mente una película,
Amanece que no es poco sino recuerdo mal. Surrealista por los cuatro cantones. Trata de un pueblo bastante peculiar, en plena posguerra. Entre otras curiosidades, las mujeres plantan a los hombres en el huerto y crecen como calabazas, el sol sale por poniente... Y me imaginé cómo sería mi trabajo en un lugar así.
Me ví en mi consulta y de repente flotando sobre mi cabeza, llevaba un triángulo luminoso con un gran ojo en medio. Símbolo de la ciencia… claro que me había cuidado de que la ciencia luciera una perfecta mascara de rimel en las pestañas. Que una es médico pero también coqueta (Maripilis es la palabra).
Mis tres ojos y yo llamamos al primer paciente.
Doña Hepateria Bilioso entra pañuelo en mano y con gesto compungido deja a su hígado sobre el escritorio.
(Mi tercer ojo fija su visión en el órgano)
-Doctora, no se que le pasa. Lleva desde ayer retorciéndose y sin querer comer. Mire que color tan feo- Hepateria es una mujer rubicunda y de baja estatura. Lo que le falta en talla le sobra en contorno.
-¿Como se llama su hígado?-le pregunto. Mi mala memoria para los nombres es antológica.
-¡Hepaterio como todos los de la rama de Villamarga!.- La pregunta ofende al parecer.
-Veamos que le pasa a Hepaterio.
Mi tercer ojo se ilumina y la consulta se queda en penumbras. El hígado de la señora se queda en medio de la mesa enfocado por un cañón de luz como si de un escenario se tratara. Y con mi ojo de la sabiduría, descubro a su esposa, Dña Colángia Petrosa, hecha una furia y rezumando bilis por los cuatro costados. Me cuenta que su marido lleva una temporada dándole fuerte al orujo y a los huevos fritos. Harta ya de tanto parrandeo, Colángia ha tapiado el acceso al lecho conyugal con un muro de piedras.
-¡Acabose Hepaterio!¿ A su edad y de francachelas?. O sueltas la botella y los huevos (mejor no pienso en como sonó) o te veo trabajando de paté de foie a jornada completa.
El pobre hígado me mira con resignación mientras le doy la dirección de un albañil de mi confianza a Dña Bilioso para que deshaga el tabique.
Los siguientes pacientes son una pareja de testigos de Jehová. Las malas lenguas rumorean que son
algo más que amigos.
Oto Rin es un fornido alemán que más que cara tiene narices. Y tanto es así que para poder mirar tiene que ladear la cabeza, pues su apéndice nasal ocupa tres cuartas partes de su campo visual. Le acompaña Al Ergic, un joven americano de Missouri. Al es un tipo curioso, ni blanco ni negro, más bien a colores. Si si, como os lo digo; a colorines que van del rosa pálido al rojo bermellón distribuidos en ronchas por toda su piel.
Mi gran ojo, que algo de cotilla también tiene, no pierde detalle de nada y pronto se da cuenta de que cuando Oto estornuda, las manchas de Al suben su color y le provocan un picor insoportable.
-Lástima chicos, lo vuestro es un amor imposible- Cómo odio dar malas noticias.
-Pero doctora-Me dice Al angustiado- algo se podrá hacer. Tal vez en Houston…
Yo no quiero crear falsas expectativas pero me duele un final así cuando todo se hubiera evitado tomando precauciones.
¡Para qué están los antihistamínicos! …
Suena un claxon. Uy, es a mí. La cola avanza y me doy cuenta de que apenas he sido consciente de la mitad del trayecto. Estoy muy cansada, quizás deba tomarme alguna vitamina no se… Le preguntaré al gran ojo que todo lo ve.
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